EL RASTRO ZEN
Bruno Marcos
El rastro es una especie de derivación semántica de la ciudad. Uno de esos sumideros tan inquietantes como la periferia o el solar. Nunca me gustó demasiado pero siempre ha habido gente a mi vera que me ha arrastrado a él de forma esporádica con un motivo u otro . Para nuestra generación, tan dañada colateralmente por las postrimerías de la movida y su mitología noctívaga, el rastro, se convirtió, desde la adolescencia, en un paseo un poco siniestro y resacoso, en el que nuestra propia cara, palidecida por el trasnoche, nos convenció de permanecer en la cama hasta las dos de la tarde de los domingos.
Hoy me he dado cuenta de que el rastro serpentea y crea una desviación muy peculiar hacia el río, en un ángulo curvilíneo cuyo vértice es el puesto más digno de antigüedades. A medida que te alejas de él y vas hacia la ribera del río las antigüedades devienen en cacharros oxidados, trastos polvorientos, que, al finalizar la mañana, acabarán seguramente en el contenedor de la basura.
Una señora pregunta cuánto mide el cabecero de una cama con la madera rajada y lleno de mierda. El gitano responde que está muy mal pero que, por el precio que la vende él, está bien. En eso me suena el móvil y A. me dice que si estoy viendo a Fernando Alonso o no sé qué de carreras de coches, yo le digo que estoy en el rastro, él me echa en cara que cómo me puede extrañar que me llame demodé. En ese instante se me acerca la airada y quiere que cuelgue para hablar con ella. Se contenta con pincharme con el dedo en la barriga insinuando que he engordado. Le digo a A. que David Loss me ha invitado a su concierto, le pregunto si va a ir. He visto que lo reseñan como nihilismo zen y eso me inquieta.
Hay muchachos con cara de resaca. Otro gitano le dice a su ayudante que cuando llegue a casa se va meter una siesta que va romper la cama.
Por la tarde nos sentamos a comer un pastel viendo la catedral, esa montaña de piedras que todos debemos cuidar pero que sólo Dios habita. Llego a casa de mis padres con tiempo para ir luego al concierto de nihilismo zen, pero me enredan, salen los papeles de nunca acabar con las herencias de mi madre y me fascina su línea del tiempo fracturada. Alguien, atrincherado en un catastro o algo así, exige que mi abuelo Melchor, desde ultratumba, demuestre que su casa era su casa. ¿Acaso hay una manera más directa de permanecer en la memoria, de dejar rastro, rastro zen?
El rastro es una especie de derivación semántica de la ciudad. Uno de esos sumideros tan inquietantes como la periferia o el solar. Nunca me gustó demasiado pero siempre ha habido gente a mi vera que me ha arrastrado a él de forma esporádica con un motivo u otro . Para nuestra generación, tan dañada colateralmente por las postrimerías de la movida y su mitología noctívaga, el rastro, se convirtió, desde la adolescencia, en un paseo un poco siniestro y resacoso, en el que nuestra propia cara, palidecida por el trasnoche, nos convenció de permanecer en la cama hasta las dos de la tarde de los domingos.
Hoy me he dado cuenta de que el rastro serpentea y crea una desviación muy peculiar hacia el río, en un ángulo curvilíneo cuyo vértice es el puesto más digno de antigüedades. A medida que te alejas de él y vas hacia la ribera del río las antigüedades devienen en cacharros oxidados, trastos polvorientos, que, al finalizar la mañana, acabarán seguramente en el contenedor de la basura.
Una señora pregunta cuánto mide el cabecero de una cama con la madera rajada y lleno de mierda. El gitano responde que está muy mal pero que, por el precio que la vende él, está bien. En eso me suena el móvil y A. me dice que si estoy viendo a Fernando Alonso o no sé qué de carreras de coches, yo le digo que estoy en el rastro, él me echa en cara que cómo me puede extrañar que me llame demodé. En ese instante se me acerca la airada y quiere que cuelgue para hablar con ella. Se contenta con pincharme con el dedo en la barriga insinuando que he engordado. Le digo a A. que David Loss me ha invitado a su concierto, le pregunto si va a ir. He visto que lo reseñan como nihilismo zen y eso me inquieta.
Hay muchachos con cara de resaca. Otro gitano le dice a su ayudante que cuando llegue a casa se va meter una siesta que va romper la cama.
Por la tarde nos sentamos a comer un pastel viendo la catedral, esa montaña de piedras que todos debemos cuidar pero que sólo Dios habita. Llego a casa de mis padres con tiempo para ir luego al concierto de nihilismo zen, pero me enredan, salen los papeles de nunca acabar con las herencias de mi madre y me fascina su línea del tiempo fracturada. Alguien, atrincherado en un catastro o algo así, exige que mi abuelo Melchor, desde ultratumba, demuestre que su casa era su casa. ¿Acaso hay una manera más directa de permanecer en la memoria, de dejar rastro, rastro zen?
5 Comments:
No se que da más miedo, si que la airada aparezca al conjurar su nombre, o que el encuentro se produzca en el rastro. ¿Cómo es que el mercado de quincallas y coleccionismo se ha convertido en un paraiso donde bragas y pantis proliferan de forma absurda? Es chocante como la ropa interior, que se escoje con verguenza en una etapa de la vida, y con coquetería en otras, aparece exhibida en impúdicos montones, jaleada por reclamos vociferantes. Realmente, el pudor lencero se fue por ese sumidero...
quién es D. Loss? no lo encuentro en el emule
con 4 músicos se puede llamar nihilismo zen?
podrías colgar alguna letra traducida de este enigmático músico?Así alcanzariamos el nirvana?
true love leaves no traces
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